Ellos Las Prefieren Latinas



La emigración nos ha acercado a los latinos y sobre todo, a las latinas. Ahora se habla mucho de las latinas como contraposición a las españolas, que parecemos cardos. Para ser sincera no sólo lo parecemos. Lo somos.
El elemento que confiere atractivo a lo latino es su mestizaje con el negro, porque lo negro es sensual, ondulante, despreocupado y además conecta con unos ritos en los que se reza bailando.Así cualquiera.

Si a una le hubieran enseñado a bailar en vez de a rezar, servidora sería, por ejemplo, Shakira.

Debería hacer un cursillo de iniciación en las artes de la mujer latina. Lo primero que he de aprender es a mirar a los ojos.Las latinas lo dicen todo con la mirada. Establecen contacto visual por la calle, en la cola del mercado, en un restaurante, donde sea. Poner el ojo es como poner el alma.

Mientras que para las mujeres europeas, (y no digamos ya las españolas) mirar a los ojos es un desafío o una obscenidad, para las otras es la base de la comunicación.

Segunda lección: el atuendo. La forma de vestirse de una mujer latina se rige por el principio de las dos tallas menos. Aquí también hay mujeres con esa fijación, pero se trata de mujeres abundantes que creen que por llevar prendas pequeñas van a parecer más delgadas. Las latinas se ciñen la ropa al cuerpo. O el cuerpo a la ropa. No quieren disimular las diferencias con el hombre sino realzarlas. La feminidad ha de ser explícita, dicen. Según ese criterio, una ingeniera de telecomunicaciones latina nunca renunciará a comportarse como una miss.

Existen otras reglas de oro en la cosa del atuendo: mejor falda que pantalón y mejor minifalda que falda por la rodilla. Y por supuesto, tacones de aguja.

Decía Antonio Machado que a las palabras de amor les sienta bien su poquito de exageración. Las latinas son hiperbólicas, lo cual es muy bien acogido por la población masculina. En un arrebato de decisión, la mujer española va y le dice al hombre con el que flirtea: «Me parece que me gustas». La latina, en cambio, se pone trascendente y suelta: «¡Pero es que yo te amo!».

Hablo con un amigo devoto de las latinas. Insinúo que seguramente nuestra frialdad es más atinada. Porque la frialdad está más cerca de la razón y la razón está más cerca de la verdad. El desliza una mirada de desdén. Luego me da el puntillazo: «¿Y para que sirve la verdad?»

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